Vivir la Pascua en Ceuta

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Vivir la Pascua en Ceuta, y junto con las personas inmigrantes, es ver en ellos a Jesús que realmente se entrega por amor por nosotros, acompañarlo en el camino de la cruz y verlo crucificado. Pero, es también ver a Jesús resucitado, que de verdad la muerte no tiene la última palabra y es ver a un Jesús vivo y que se hace presente cada día.

El jueves Santo, el día en el que celebramos el regalo del Amor de Dios que se hace vida en la entrega total de Jesús, nosotros lo pudimos hacer compartiendo con los chicos  acerca del amor. Lo hacíamos dibujando nuestras manos y luego uniéndolas. Un sencillo gesto que simbolizaba que en lo más profundo todos buscamos lo mismo y que se puede decir de una manera muy simple. Hablamos también acerca de qué color es el amor, resonaba mucho que el amor no tiene color, sino que es universal. Y este es el amor que nos ofrece Jesús, un amor que traspasa todo nuestro entendimiento.

Comenzábamos el Viernes Santo acompañando a Jesús en su camino a la cruz y para ello realizamos algunas estaciones del Vía Crucis en lugares de Ceuta cargados de dolor, como la frontera de Benzú o la playa.  Fue una mañana para acompañarlo en el sufrimiento de tantas personas que la guerra, la injusticia, la falta de libertad,…  les hace abandonar sus hogares para ponerse en un camino lleno de incertidumbre y en el que muchos se caen, se quedan en el mar… Por la tarde compartimos con los chicos sobre las fronteras y la solidaridad. Hablábamos de que en el ser humano convive todo lo bueno, pero también todo lo malo. Ver plasmadas las fronteras más difíciles de cruzar en un mapa es reflejo de lo más inhumano, de cómo nos condenamos los unos a los otros, de cómo nos manchamos las manos y manchamos el mundo con nuestro pecado. Pero Jesús nos dice una y otra vez ‘’ tus pecados te son perdonados’’ y así nos moviliza a cambiar, a buscar la solidaridad y derribar las fronteras tanto externas como internas.

Nosotros, los cristianos, tenemos la suerte de saber que Jesús resucitó. El sábado por la mañana pudimos hacer silencio y hacernos conscientes de este tiempo de espera y de cómo lo esperamos. Una espera que tomaba muchas actitudes en nosotros: de rabia por tanto dolor, de culpa por no abrir las ventanas, de soledad, de pedir no acostumbrarnos a tanta cruz y hacernos tener corazones de carne; y también esa espera esperanzada que, aunque a veces sea como un lejano eco, hay algo en ti que te dice “confía, confía”  y en el que empiezas a intuir un todo es posible para Dios. Ya por la tarde pudimos limpiar y cuidar el jardín, para mí este tiempo significaba preparar el corazón para acoger a Jesús resucitado. La noche fue muy especial, compartimos la ruptura del ayuno con ellos comiendo comida africana y luego hicimos pedazos una valla hecha como papel continuo. La imagen de todos juntos ‘’derribando’’ esta frontera es un “no hay quién ponga barreras al sueño de la esperanza”. Reflejaba ese Dios que se hace paso en medio de la muerte. Doy gracias a Dios por esta Pascua y por todo lo compartido en comunidad. Me voy de Ceuta con la certeza de que el Amor siempre se hace paso, de que merece la pena una vida malgastada por amor, como la de estos chicos, como la de Jesús.  Con la invitación de, en mi Galilea, no poner límites a lo que él sueña para mí, de dejar que se cuele por cada resquicio de mi vida y así llevar la alegría de su Amor.

Berta Ruiz

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